Reseña de "El Islam minoritario: cómo ser musulmán en la Europa laica" (Bellaterra, 2002) de Tariq Ramadan
Tariq Ramadan vuelve a las fuentes reveladas para encontrar soluciones útiles en aras de armonizar el culto islámico y la ciudadanía europea, una tendencia por la que apuesta apasionadamente. Para ello analiza detalladamente el marco global islámico a nivel religioso y jurídico en un arduo ejercicio de renovación de las mismas para conseguir su adaptación al nuevo contexto europeo.
Lo lleva a cabo defendiendo que la jurisprudencia y el derecho islámico (fiqh) poseen un carácter flexible, dinámico y plural. Les atribuye estas características dado que lo que recogían tradicionalmente no agotaba el conjunto de las situaciones a las que se debe hacer frente, lo cual se puede conseguir mediante nuevas fatwas para los musulmanes en europa y, a su vez, para no abandonar el interés general (maslaha)de adaptar a los musulmanes en el contexto europeo -ante la perspectiva de no retorno a los países de origen o referencia gracias a los cuales el islam llegó hasta ellos- y por último para no abandonar el reto de mejora y esfuerzo (ichtihad) por parte de los musulmanes a la hora de vivir de forma religiosamente adecuada en europa.
Su propuesta es brillante. La sociedad europea contiene en su estructura social individuos de confesión musulmana. Cuando apunto a la estructura quiero resaltar que forman parte de su tejido social irreversiblemente. Su origen fue migratorio pero de un arraigo tal que han llegado a ser ciudadanos nacionales que, a su vez, han criado ordas de segundas y terceras generaciones en una localización europea, transmitiéndoles las tradiciones de los países de origen y los valores islámicos. Propone que esta dualidad salga a la luz de manera que los musulmanes participen activamente en la vida social y gubernamental en todos sus niveles. Y que se den a conocer y que hablen de ello al resto de la sociedad europea con vistas hacia una legitimación, reconocimiento y entendimiento mutuo mediante el diálogo y la colaboración.
Defiende férreamente que los ciudadanos europeos musulmanes han de respetar estrictamente los marcos legales de los países europeos a los cuales pertenecen ya que han adquirido un compromiso legal con los mismos a través de sus permisos de residencia, la ciudadanía o el sui solis, pero no explicita qué habrán de decidir en casos específicos que cuando éstas sean contrarias a la confesión islámica. Bien es cierto que alega la libertad de conciencia que podría resolver esta cuestión, pero en la práctica, en el día a día, se encuentran muchos obstáculos que no identifica.
Trata más bien poco para mi gusto, aunque en el libro se jacte de lo contrario, el trastorno psicológico que lleva consigo el proyecto migratorio y que afecta frontalmente a la identidad e integración de incluso segundas y terceras generaciones. ¿Por qué sólo habla de pertenencia civil y nunca de pertenencia cultural europea? Es algo que me causa ciertas dudas ya que resulta extraño hablar de una pertenencia a un país de cierto individuo solo en términos legales puesto que en ello va la Cultura misma del individuo.
Puesto que en este estado se habrán de encontrar aquellos musulmanes que se sientan europeos para ciertamente identificarse como tal. No digo que necesariamente tengan que tener una única identidad europea, sino que ellos mismos han de buscar una identidad integradora que tienda puentes entre el ser europeo y el ser musulmán. Y en este sentido bien es cierto que propone que los musulmanes europeos intelectuales sean creativos y hagan por hacer emerger una cultura en la cual apoyarse y asentarse.
Pero esto, hoy por hoy, y a pesar de que Ramadan no para de recalcar los avances y los grandes esfuerzos conseguidos últimamente en este sentido, es insuficiente puesto que la gran mayoría de la comunidad musulmana todavía tiene ciertos miedos y conflictos a dar el paso de integrar estas identidades en aras de renovarla en forma de una nueva. Me refiero a un paso previo, puesto que la idea que el autor propone solo se cumple si los musulmanes que viven aquí o que son ya europeos tienen el problema de no profesar la religión de una manera espiritual y mística sino más como un símbolo tradicional. No pasan de reconocerse como musulmanes y de ver esto más como un código ético que recoge lo que pueden y no pueden hacer dentro de una sociedad en la que son minoría y se rige por otro código, otros valores y otras prácticas. No creo que sea un problema solo de los musulmanes europeos sino que en las sociedades islámicas esto también es así por razones que habrían de estudiarse aparte, por ejemplo, el mito de que no cualquiera puede saber o interpretar la religión o el analfabetismo.
También lo ven como un distintivo cultural, es decir, son musulmanes y eso es lo que les diferencia de los europeos los cuales son cristianos según la visión tradicional dicotómica del mundo basada en la religión (dar al-islam/dar al-harb) con la que Ramadan propone romper alegando que está obsoleta en un mundo donde la globalización ha dado paso al mestizaje de las sociedades en todos los sentidos y donde en los espacios laicos se goza de libertad de conciencia –que protege la fe y el modo de vida unido a la religión –, libertad de culto –para practicar los rituales-, seguridad –en cuanto a la integridad física y moral-, libertad de expresión y derecho a la asociación y participación. Todos estos elementos, o garantías que ofrecen los marcos legales –Constituciones- de los países europeos legitima el poder ser musulmán en estos territorios no declarados islámicos en sí mismos. Para ello introduce la categoría de dar ashahada.
Seguramente sea por esto por lo que Ramadan habla constantemente de europeos como ciudadanos, porque siendo ciudadano europeo se puede ser musulmán, pero esto es una visión muy simplista ya que, ¿son los europeos europeos simplemente por el hecho de gozar de estas libertades? En una concepción moderna y cosmopolita de los estados-nación, debería ser así, pero obviamente –seguramente, por desgracia- esto no se da en la totalidad de las personas que lo conforman. Entran en juego muchas más dinámicas culturales no recogidas siempre a nivel legal, aunque bien es cierto que son complejas de identificar, señalar y clasificar hasta por ellos mismos.
Solo describe la identidad islámica que consta de fe, práctica y espiritualidad. Pero en mi opinión es una identidad mutilada por la gran mayoría de los musulmanes europeos ya que bien es cierto que tienen fe islámica y creen en la shahada, pero solo de un 15 a un 20% la practican habitualmente y como ya he citado antes la espiritualidad y el misticismo, que sería el último estadio consecuencia de los dos anteriores, es muy poco frecuente en los musulmanes hoy en día.
De la identidad europea de estos musulmanes no habla en el libro en términos culturales. Se desliga de la visión dicotómica religiosa pero cae en esta misma trampa al decir que dada la no existencia de una cultura musulmana europea estos se ven avocados a la asimilación y abandono de su religión o la marginación si se aferran a ella. El problema no es ese, sino que el proceso de adaptación sigue siendo muy lento y realmente pocos se sienten europeos, la tendencia es a sentirse más del país de referencia fuera de Europa que de donde civilmente pertenezcan en este continente.
Por eso no es suficiente hablar solo de europeos (musulmanes) en términos civiles, ¿qué han de hacer pues con toda la información y habilidades recibidas en Europa y que muchas veces entra en conflicto con la religión? Tampoco explica esta cuestión, solo dice que la solución no pasa por desecharlas en su totalidad pero tampoco hay que tener una actitud altamente receptiva ante ellas, lo cual realmente dice muy poco sobre cómo habrá que gestionar, canalizar e integrar la cultura europea con la religión islámica.
Aquí es donde creo que Ramadan cae un poco en su propio juego y enriquece las arduas críticas que han llevado a su linchamiento mediático, a que se le retiren visados, a que se le niegue la entrada a ciertas universidades acusándole de tener un doble discurso que esconde deseos de radicalizar el islam en Europa. No ha propuesto un paso previo sino que se ha lanzado a aseverar que el arraigo está constatado de facto con reconocimiento legal y esto ya sirve para crear toda una Cultura musulmana europea.
Claramente expresa que los musulmanes europeos están expuestos a ella, pero no le gusta, y no le juzgo por ello, como bien dice la producción cultural hoy por hoy sólo busca el beneficio económico a base de desintegrar la dignidad humana. Aunque también plantea que el prohibirla en su totalidad es erróneo. Y esto es lo que hacen muchos musulmanes en Europa, renegar de toda expresión cultural occidental y negar el acceso de sus hijos a ella y aquí es cuando se radicalizan y guetizan. Muchos progenitores llegan a controlar tanto a sus hijos para que no se impregnen de una “cultura europea desviada” que les privan de sus libertades y esto no es culpa directa del islam sino de no querer actuar de forma contraria a los presupuestos tradicionales de sus lugares de origen, que como también apunta Ramadan, acaban estando desfasados porque los lugares de origen se desarrollan y los individuos deslocalizados siguen con esas prácticas e intentando transmitírsela a sus hijos.
Otra cuestión es que bien es cierto que dado el trasiego de individuos entre las diferentes sociedades del mundo y el arraigo en mayor o menor medida cuando se implantan en ellas ha dado lugar a un nuevo planteamiento en lo que atañe al concepto de Cultura, que tradicionalmente contenía costumbres, normas, lengua y religión entre otras, ya que la religión muchas veces se ve deslocalizada del resto de elementos que puede recoger este concepto, como es el caso que nos atañe que importa la religión musulmana de otras culturas y la implanta en la cultura europea.
Dicha cuestión no es fácil de comprender y por ello Ramadan defiende el diálogo entre los musulmanes y el resto de europeos en un ejercicio de reconocimiento mutuo. Plantea que si no se conoce a este colectivo es normal que se le tenga recelo, máxime cuando la islamofobia parece haber alcanzado ya el imaginario colectivo occidental creando toda una serie de prejuicios entorno a este grupo. Pero bien es cierto que rara vez es objeto de estudio en choques culturales como éste la reacción del “autóctono” que no entiende ciertos comportamientos por parte de los musulmanes europeos aún considerados por muchos como “extranjeros”.
En mi opinión, esto se debe al etnocentrismo, que tiende a hacer pensar que lo válido y aceptable es el marco cultural tradicional del país de acogida sin recoger información concreta sobre la nueva situación de los individuos cuestionados para poder llegar a un entendimiento que favorezca la empatía entre ambos.
Se estigmatiza , pues, a las minorías que ya forman parte de la sociedades occidentales por abogar por prácticas y/o conductas que en Occidente se dan por superadas, sin tener en cuenta el trayecto de un nuevo legado cultural que ya se ha instalado en Euorpa lo cual conduce a que el resto de europeos sientan rechazo y miedo a que esas prácticas vuelvan a formar parte de la cultura occidental.
Es legítimo no coincidir con todo ello pero eso no nos exime de tener el deber de entendernos mutuamente para poder superar esas diferencias y así poder convivir, y no coexistir, en armonía. Ramandan, usa el término coexistencia que creo que no es idóneo para lo que él plantea pero que en el año en el que publicó el libro (2002) era el término de moda para abordar el diálogo y la convivencia. La coexistencia está actualmente superada al estar ligada al modelo político multicultural -modelo que en aquella época también se pensaba progresista en cuanto al reconocimiento de múltiples comunidades con diferentes códigos culturales bajo un mismo estado- como se da, por ejemplo, en Gran Bretaña y que gestiona la diversidad cultural concentrando cada una de ellas en diferentes comunidades y haciendo que éstas coexistan, es decir, sin que se conozcan, se mezclen o participen los unos con los otros, lo que da lugar a la segregación y guetización por un lado y al comunitarismo por otro, algo de lo que Ramadan si quiere huir.
El nuevo modelo que se plantea para una convivencia eficaz, pacífica y del cual surja una sociedad heterogénea que respete esta diversidad entre individuos es el modelo intercultural que daría paso a una auténtica convivencia en todos los términos con la cual se lograría manejar adecuadamente la conflictividad que en algunos casos se da entre colectivos y se conseguiría crear una conciencia social que facilitara conseguir una capacidad de entendimiento mutuo más flexible y eficaz.
Ramadan hace hincapié en la necesidad de conformar interlocutores representativos de los musulmanes europeos para que todo su planteamiento llegue realmente a penetrar en el resto de europeos pero esto se hace muy complicado puesto que no todos los musulmanes europeos entienden el islam de la misma manera e incluso por esta razón se niegan a unirse todos con vistas a potenciar este euroislam que plantea el autor.
Esto se debe a que el problema de la no unificación en una sola institución religiosa no es solo un problema administrativo sino que surge de la propia filosofía de la religión islámica en la que la relación entre el devoto y Dios es totalmente directa sin instituciones ni responsables mortales de por medio. Además, el hecho de que el pilar más fundamental del Islam sea la “shahada” nos lleva a que a partir de ella la interpretación de los textos sagrados sea extremadamente diversa y libre y cada uno lleva la religión como personalmente cree que es correcto llevarla, lo que hace que sea prácticamente imposible los musulmanes se pueda unificar en una sola institución, incluso a nivel estatal, dada la disparidad de opiniones religiosas.
No es que no existan, en España, por ejemplo, el interlocutor oficial con el Estado es la Comisión Islámica de España pero esta no recoge a todas las asociaciones musulmanas que existen en España y deniega el acceso a muchas asociaciones por cuestiones religiosas.
De todas formas, aunque opine que Ramadan se queda corto en explicar ciertas cuestiones o planteamientos, creo que su ideal es totalmente lícito y enriquecedor por lo siguiente: al margen de la tolerancia y la solidaridad, los musulmanes tienen pleno derecho a la libertad religiosa y a manifestarla, si así lo desean, incluso en público y en el marco de la laicidad, estando este derecho recogido, además, en la Declaración de Derechos Humanos, aparte de en varias políticas, constituciones y leyes estatales. Hay que entender la laicidad positivamente, como un marco perfecto que tolera y potencia las diferencias positivas que nos hacen singulares. Esto es indiscutible. Y es el punto fuerte de Tariq Ramadan.