Saturday, January 06, 2007

Reflexión sobre la inmigración en España

Lo primero de lo que he podido darme cuenta es del miedo que la inmigración extranjera produce a la gran mayoría de la población española.

Miedo, puesto que con este “síndrome de nuevos ricos” que padecemos estamos experimentando por primera vez una fuerte entrada de inmigrantes en el país y no sabemos bien las consecuencias sociales (más bien identitarias) que esto pueda acarrear. La gente no entiende una identidad nacional y política constituida por gente de todas las etnias posibles. Esto se ve como un auténtico desarraigo (como si éste no se viniera dando desde siglos atrás (por ejemplo con la presencia de árabes y judíos en la península ibérica) y se produce el temor de la extinción del “verdadero español cañí” con su cultura y religión más tradicionales consigo cuando verdaderamente este estereotipo de español está prácticamente extinguido; es decir que, paradójicamente, tenemos una reacción en defensa a un cliché españolista que ya apenas casi nadie practica. Somos poco o nada cosmopolitas y esta mezcolanza de credos, culturas, etnias y costumbres nos aterra hasta el punto de rechazarlas más por miedo a lo anteriormente citado que por la propia convicción de racistas o xenófobos (puesto que no creo que haya verdaderamente mucha gente que se proclame ninguna de estas cosas a pesar de su recelo a la inmigración).

Otra de las cosas que más llama mi atención es que una vez te preocupas de indagar un poco más en este tema te das cuenta de que realmente hay una serie de tópicos que desfavorecen la imagen pública de este fenómeno, no sé ya si fuera de nuestras fronteras (aunque los datos muestras que en países como Alemania, Francia o Reino Unido, a pesar de los conflictos puntuales que se puedan haber dado, hay un alto grado de integración de los inmigrantes en sus sociedades), pero lo que es seguro es que se dan dentro de ella.

Tenemos una fuerte desinformación (quizá intencionada por los medios y los propios políticos) sobre la inmigración extranjera en España.

La gente tiende a creer que los inmigrantes nos roban los puestos de trabajo cuando realmente cubren aquellos que necesitan menos cualificación (a pesar de que la mayoría de los inmigrantes tienen muchos más estudios de lo que creemos) y que están peor remunerados precisamente porque son los puestos vacantes de una sociedad española que cada vez tendió más a estudiar y a ocupar puestos que requerían estudios algo más elevados; algo que, por otra parte, ha servido como fuerte activación de nuestra economía dada la rentabilización de los empresarios españoles al disponer de mano de obra barata. Y en vez de culpar al Gobierno por dejar que los empresarios se enriquezcan más al margen de lo legal, empleando a inmigrantes sin papeles, le echamos la culpa a los inmigrantes por ocupar puestos de trabajo cualesquiera y cualquiera que sea la remuneración que vayan a percibir puesto que necesitan sobrevivir en busca de ese futuro mejor que anhelan.

También se le da bombo mediático a las noticias de los cayucos (antes denominados pateras, no sé el porqué del cambio de nombre, quizá, cavilaciones mías, se deba a la disminución (hasta casi su desaparición por completo) de magrebíes en las pateras) cuando éste representa apenas el 5% de la inmigración total y que fomenta la animadversión hacia el colectivomagrebí y subsahariano y del cual nadie se plantea cómo entran los latinoamericanos (legalmente) por los aeropuertos ni los de Europa del Este por la frontera de Perpignan hasta hace poco ilegalmente en autobuses y desde que somos “la Europa de los 25” legalmente, al igual que los sudamericanos, con visados turistas. Como ya digo, la gente piensa que todos los inmigrantes sin papeles fueron ilegales desde un primer momento o que el Gobierno no presta atención a la “masiva entrada de inmigrantes ilegales al país”, cuando en realidad se convierten en ilegales cuando el visado turista que el mismo Estado español expide caduca a los 3 meses.

La gente tampoco sabe que se producen muchísimos más movimientos horizontales que verticales (es decir, por ejemplo, los latinoamericanos y los árabes emigran más a otros países latinoamericanos y árabes (con mayor riqueza que el suyo) respectivamente que al resto de países de acogida más occidentales y se queja de que hay un altísimo número de inmigrantes cuando en realidad son muy pocos (con respecto al resto de países desarrollados o incluso a los nombrados países horizontales) sólo que muy concretados en las capitales de provincia más importantes del país.

Solemos oír también que los inmigrantes se aprovechan de nuestras arcas en materias sociales y que no pagan ningún tipo de impuestos, cosa totalmente falsa, puesto que los que cotizan en la Seguridad Social no solo cubren sus gastos en materia social (por ejemplo, la sanidad) sino que han ayudado de manera determinante en la mejora de ellas cubriendo así las pensiones de nuestros mayores que tanto peligraban antaño. Los que no trabajan legalmente, seguramente compren comida en el súper y viajen en el transporte público y hasta donde yo sé eso conlleva pagar una parte de IVA, pero supongo que siempre es más fácil decir una sarta de mentiras fáciles y creíbles para quedar bien y/o aliviar los miedos ya citados. Dicen que una mentira dicha mil veces se convierte en una verdad; y esto muchos se lo han creído.

Cientos de veces habré oído que los inmigrantes no se integran, que no respetan y aunque bien es cierto que muchos rechazan integrarse, ya sea una forma de autodefensa, ya sea porque ellos también tienen ese temor de perder su identidad nacional, y que ellos mismos tampoco respetan su entorno (me viene a la mente la típica imagen de un grupo de inmigrantes que se hace con un parque, con unas canchas de fútbol o baloncesto, etc... que los hacen suyos y que ni siquiera respetan a nadie que por allí se le ocurra pasar), también hay otros muchos que sí se integran, que logran un armonioso equilibro entre su cultura y costumbres nativas y las de su país de acogida por muy imposible que esto parezca en la España de hoy. Como ya sabemos hay de todo en la cada del Señor, el problema es que cuando un grupo o persona (recalco, un grupo o persona de forma aislada, como el ejemplo antes citado) de inmigrantes no es cívico sistemáticamente esta idea se extiende a todos y cada uno del resto de inmigrantes de la misma nacionalidad facilitando así la tarea de rechazo de la sociedad para con este colectivo.

También se extrañan de que esta gente pida poder seguir adelante con sus costumbres en su país de acogida siempre y cuando éstas no interfieran con la cultura y, sobre todo, con la legalidad del país. Por ejemplo, ven algo grave en que los musulmanes afincados en España pidan que a sus hijos se les de en las escuelas una asignatura de religión musulmana cuando estamos en un país aconfesional pero en las aulas sí se dan clases optativas de religión cristiana. Si hay una demanda, ¿por qué no una oferta? De todas formas, esto ya se ha producido en cientos de colegios y, de hecho, la editorial SM (católica y marianista, por otro lado), con la colaboración del ministerio de educación y cultura, ha publicado ya un libro de texto de religión musulmana para alumnos de Educación Primaria.

También se suele tachar a la comunidad china de mafiosa pero como bien comentó Yaping Chen en su conferencia sobre la inmigración china en España, en un primer momento es posible que los inmigrados chinos reciban dinero de sus ayuntamientos de orígen (de las aldeas chinas de donde proceden) para asentarse aquí y crear redes que permitan prestar dinero al resto de compatriotas para que sigan abriendo más negocios, puesto que en la cultura china era muy importante ser tu propio empresario.
Esto es interesante y aunque quizá no sea aplicable al 100% de la inmigración china, como ya dije “hay de todo en la casa del Señor”, pero, de todos modos, aquí tenemos una buena explicación para el efecto masivo de las empresas chinas en España.

Otro punto interesante es que los políticos de la oposición (en la legislatura que sea liderada por el partido que sea) recriminan la regularización masiva por creer que esto provoca un efecto llamada (como siempre se tiene en mente los cayucos sobre todo) sin plantearse siquiera que la gente no viene por la promesa de ser legal sino por el simple hecho de llegar a un lugar donde poder disfrutar de unas condiciones de vida mejores que las de su país de origen arriesgando lo poco o nada que puedan tener. Pero es más fácil usar este tema como arma arrojadiza entre los diferentes partidos políticos e incluso entre la propia sociedad

Aunque hay mucha iniciativa por parte de sectores de la sociedad, de los propios inmigrantes, de ONG’s y colectivo bien es cierto que falta mucha política en materia social y económica dirigida a los inmigrantes; desde los partidos políticos se suele hacer promesas que luego no se finalizan y quedan en el olvido, y de verdad creo que es importante la presión desde abajo para que todo esto se cumpla y las condiciones de vida sean favorables para este colectivo ayudando así a su integración y que esto, cómo no, ayude a que cese la xenofobia.

Cierto es que en materia de ayuda económica muchas veces se vea antes favorecido el inmigrante de escaso poder económico y no el español de las mismas características lo que fomenta muchas veces “la ira” del nacional, pero este asunto es achacable a nuestras políticas demagogas y “políticamente correctas” (valga la redundancia) que al inmigrante en sí, que de ninguna de las formas.

Para finalizar esta reflexión, acabaré con algo que todos sabemos útil de la inmigración (de lo económico ya he hablado), sobre todo para los niveles culturales de la sociedad de este país (realmente bajos en comparación con los del resto de países desarrollados), la diversidad de culturas y el enriquecimiento por parte de la cultura de acogida cuando se ve nutrida de tantas y diferentes costumbres, creencias, culturas, credos, tradiciones, lenguas, etnias, gastronomía, literatura, historia de los diferentes países y etnias inmigradas. Algo realmente valioso que poco, y muy pocos, valoramos en esta sociedad y que sin duda hemos de echar mano de ello porque la cultura es educación y la educación es la tolerancia (la tolerancia no es sinónimo de indiferencia) y, por lo tanto, es saber estar y disfrutar de la convivencia juntos y derrocar barreras que tanta xenofobia crean.

* * *

Anexo I : El gendarme de color (negro), por Arturo Pérez Reverte [extraído de su libro: “Con ánimo de ofender” (Artículos 2003)]

Esta semana también va la cosa de moros y negros de color. Porque estoy sentado en el café parisién que es uno de mis apostaderos gabachos favoritos, cuando observo algo que me recuerda lo que tecleaba el otro día: un gendarme franchute, negro azul marino, multa al conductor de una furgoneta. Y el multado, un tipo rubio y con bigote que parece un repartidor de Seur del pueblo de Astérix, asiente contrito. Y hay que ver, me digo. Tanto que se habla en España de integración racial. Estamos a años luz, o sea, lejos de cojones. Porque integración es exactamente esto: que un guardia negro ponga una multa, y que el conductor baje las orejas. Y aquí paz y después gloria. Me imagino la escena en España. Y me parto. Ese guardia municipal negro que dice ahí no puede aparcar, caballero, o no se orine haciendo zigzag en la acera, o haga el favor de no pegarle a su señora en mitad de la calle. Y la reacción del interpelado. ¿A mí me va a decir un negrata de mierda dónde puedo aparcar o mear o darle de hostias a mi señora? Venga ya, hombre. Vete a la selva, chaval. A multar en un árbol a la mona Chita. 0 metidos en carretera, en la nacional IV por ejemplo, ese guardia civil que se quita el casco y aparece la cara de un moro del Rif diciéndole al conductor oiga usté, acaba de pisar la continua. Documentación, por favor. Y sople aquí. No veas la reacción del fulano del volante, y más si lleva una copa de más y va a gusto. ¿A mí? ¿Pedirme un moro cabrón los papeles a mí? ¿Y que encima sople? Anda y que le soplen el prepucio los camellos de su tierra. No te jode el Mojamé, de verde y en moto. Etcétera. Y sin embargo, ahí está la cuestión. En España, donde la demagogia y el cantamañanismo confunden integración con política y beneficencia, la cosa no estará a punto de caramelo hasta que uno suba a un taxi y el taxista sea de origen peruano, y el guardia tenga un abuelo nacido en Guinea, y el médico de urgencias provenga de Larache, y lo veamos como lo más normal del mundo, y por su parte todos esos taxistas, guardias, médicos, funcionarios o lo que sean, dejen de considerar a España un lugar donde ordeñar la vaca mientras están de paso, y la sientan como propia: un lugar donde vivir echando raíces, del mismo modo que otros se establecieron en Gran Bretaña o Francia, y al cabo de una o dos generaciones son tan británicos y franceses como el que más. Me levanté de la terraza parisién y fui a dar un paseo, y al rato vi una escuela infantil donde, bajo la bandera tricolor que allí ondea sin complejos en todas las escuelas, se leían las viejas palabras: Liberté, egalité, fraternité. Y por qué, me dije, salvando las distancias y los Le Pen y los ghettos marginales, que haberlos haylos, eso que es posible en Francia o Gran Bretaña no lo es en España. Cuánto tiempo tendrá que pasar. Porque la integración es ante todo una cuestión de tiempo y cultura: te instalas en una cultura extranjera, de la que te impregnas poco a poco, aceptas sus valores y cumples sus reglas, y a la vez la renuevas, enriqueciéndola en el mestizaje. La diferencia es que Francia y Gran Bretaña, que se respetan mucho a sí mismas, supieron cuidar siempre con extraordinario talento su historia nacional, su lengua principal y su cultura, manteniendo el concepto de comunidad, ámbito solidario y referencia ineludible. De modo que, cuando miembros de sus ex colonias

o inmigrantes diversos quisieron mudar de condición, a ellas viajaron y en ellas se reconocieron; o procuraron adoptarlas, para ser también adoptados por ellas. Ese sentimiento de pertenencia, a veces hecho de lazos muy sutiles, se fomenta todavía con una política exterior brillante y con una política cultural inteligente que nadie allí cuestiona en lo básico. A quien acojo y educo, me ama. Quien me ama, me conoce, me disfruta y me enriquece. Y al cabo esas son las claves: educación y cultura como vías para la integración. Pero mal pueden educar ni integrar gobernantes analfabetos, oposición irresponsable, oportunistas animales de bellota sin sentido solidario ni memoria histórica. A diferencia de Gran Bretaña o Francia, el inmigrante no encuentra en España sino confusión, amnesia, ignorancia, insolidaridad, cainismo. A ver cómo va a integrarse nadie en cinco mil reinos de taifas que se niegan y putean unos a otros. Aquí todo depende de dónde caigas, cómo respire el alcalde de cada pueblo y si la oenegé local está a favor o en contra. Y para eso los inmigrantes ya tienen su propia cultura, a menudo vieja y sólida. Así que nos miran y se descojonan.Que primero se integren. los españoles, o lo que sean estos gilipollas, dicen. Que se aclaren, y luego ya veremos. Mientras tanto conservan el velo, exigen mezquitas, salones de baile angoleños, restaurantes ecuatorianos con derecho de admisión, y pasan de mandar niños a la escuela. A falta de una patria generosa y coherente que los adopte, reconstruyen aquí la suya. Se quedan al margen, dispuestos a no mezclarse en esta mierda. Y hacen bien.


1 comment:

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